En los últimos días, una serie de eventos sucesivos volvieron a poner a la vista a la relación entre el Estado y la religión.
Un diputado del Partido Nacional (PN), que también es pastor evangélico, dijo que un gobierno del PN debía revisar algunos de los avances en términos de derechos que se lograron en los últimos años, en particular el matrimonio igualitario y la despenalización del aborto. Si bien parte del PN rechazó los dichos, hubo quienes salieron a defenderlo.
Por su parte, el hijo del Presidente de la República dijo que quería revitalizar al Partido Demócrata Cristiano (¿revivir?) y que está en contra de la despenalización del aborto, del feminismo (al que consideró estar en contra de los hombres) y de las provocaciones de los homosexuales (sic) ?¿. Además, asegura que puede entender a los homosexuales porque puede ser que tengan “desequilibrios hormonales” y redujo al biologicismo su respeto hacia ellos
Estos y otros acontecimientos nos llevaron a discutir sobre la relación de las religiones y el estado para terminar dándonos cuenta que ambos son instituciones sustentadas en el interés de un grupo de poder que plantean una legitimación de carácter ontológico para aquello que es construido socialmente y que son capaces de producir, diseminar, legitimar e imponer ideas, comportamientos y prácticas.