El resultado de la elección española de ayer no debería esperanzar a ningún izquierdista.
Mientras IU se vio relegada a solo dos escaneos (en gran medida por el sistema electoral ya que si el sistema fuera más parecido al uruguayo hubiera obtenido 12 escaneos más), el éxito de Podemos solo puede ser entendido si también se lo analiza en paralelo al de Ciudadanos ya que, más allá de que podamos conocer algunas de las ideas de Iglesias y los suyos (ideas con las cuales no es difícil estar de acuerdo), el gran éxito de Podemos está en su potencial mediático-comunicacional y es, justamente allí, donde también es fuerte Ciudadanos.
Podemos logró su gran caudal electoral en base al rechazo al viejo sistema de partidos, la misma estrategia que utiliza Donald Trump en Estados Unidos, la apelación a un eficiente mecanismo de comunicación centrado en redes sociales y la apelación a figuras mediáticas vacías pero con mucho marketing como Mujica. Así Podemos hizo la cuña con la que entre ellos y Ciudadanos lograron abrir un lugar en un ya vetusto bipartidismo colusivo pero no para cambiar radicalmente la situación política de España sino para introducir dos nuevos partidos. Esto es de por sí algo bueno, indudablemente los sistemas de partidos demasiado estables reducen la calidad del debate democrático al convertir las que podrían ser discusiones por ideas en discusiones por nombres propios (ya no se discute si la obra pública debe o no ser co-financiada por privados sino que se discute si eso lo hacen mejor Astori o de Posadas), pero en términos de la posición en que queda la izquierda no significa nada.
Podemos y Ciudadanos llevaron el debate a la corrupción, se centraron en denunciar que el PP es corrupto y que, de cierta manera, el PSOE es cómplice. También se enfocaron en denunciar al bipartidismo sin dejar claro cómo van a hacer ellos para no terminar formando un nuevo sistema de partidos más plural pero no necesariamente más diverso ni menos cerrado. Pero las críticas sistémicas en las que sabemos que Podemos podría haber centrado su campaña (Podemos está formado en gran medida por investigadores y académicos que podrían haber realizado una crítica bastante seria al modelo de desarrollo español) fueron dejadas de lado por una crítica genérica que, además de permitirle a Podemos captar cierto voto conservador, abrió el camino para la nueva derecha marketinera. Y es que no hay nada más funcional para la derecha marketinera que la izquierda marketinera porque hacen todo el trabajo de desgaste y después viene un pibe con un equipo de asesores y logra convencer a todo el mundo de que él es el cambio de la política (aunque sea el hijo de un ex-presidente).
Evidentemente es bueno que el bipartidismo español se empiece a quebrar, también es bueno que Podemos logre una buena representación, pero el problema es qué va a pasar cuando se apague el brillo inicial, si el electorado indignado o inconforme va a hacer propias las demandas de mayor democratización de los gobiernos, de mayor y mejor control del sistema financiero, de rechazo al ajuste sistemático y de participación acrítica en la aventura bélica occidental entre tantas otras cosas. Si con este éxito electoral Podemos logra un espacio desde el que llevar a la sociedad las discusiones que España, Europa y el mundo están necesitando entonces esta elección fue un gran punto de inflexión, si por el contrario lo que se da es que Podemos y Ciudadanos mantienen el comportamiento espejo que tuvieron en esta elección, entonces no será más que otro momento en que (como con la victoria de Obama, Mujica o incluso de Hollande) una mera consigna mediática se impone ante la política.
Pero, como tantas otras veces, aun no sabemos qué es lo que realmente sucedió y solo la observación de las consecuencias podrá echar luz sobre el acontecimiento.
Pd.: Evidentemente aun queda por discutir una consigna fundacional de podemos que ya se ha ido perdiendo, la crítica surgida del movimiento Indignados a la democracia representativa y la defensa de una democracia real (que por alguna extraña razón vinculan con una democracia directa), pero ahí el problema se torna más complejo porque habría que discutir el problema de la representación en sí y sería cosa de otro día.
Joaquín Moreira Alonso